Era fines del año 2001. Viajé frecuentemente a Buenos Aires ese año, antes de decidir instalarme allí por casi 7 años a partir de 2002. En ese instante, Argentina revolvía sus entrañas buscando acomodarse, los años de “la paridad” entre el peso y el dólar comenzaban a marcar un final abrupto en compañía del quiebre de legitimidad “temporal” (perdón, pero hoy siguen los mismos) de los representantes políticos del país, todo lo cual culminaría con los acontecimientos acaecidos el fin de ese año y que, pienso, son parte de otro cuento.La cosa es que en medio de ese panorama convulsionado, y yo estando de visita en Buenos Aires, recibo una noche de sábado una invitación para ver “un teatro comunitario organizado por vecinos de un barrio”. En mi condición de turista, acepté gustoso ir a un espectáculo que aparecía como novedoso en un espacio desconocido, justamente, para los “turistas”, ¿se entiende?Una calle cortada; en un extremo de la vereda, un puesto que vendía gaseosas, sánguches y cervezas con la parrilla expuesta como en el patio de una casa; música en toda la cuadra; chicos correteando en varias direcciones; luces y guirnaldas de colores colgando a lo ancho de la calle; olores, tonalidades, matices, sabores; vecinos todos. Compro una cerveza y un choripán; como un nene voy a descubrir de qué se trata esto.Al centro de la cuadra el corazón del “teatro comunitario organizado por vecinos de un barrio”: una gomería (llamativo pensando que en mi país este tipo de lugares reciben el nombre de “vulcanización”). Llantas, bidones de aceite y cuánta máquina extraña se puede ver en estos lugares, dispuestos de tal forma que en su centro configuran un escenario. Ahí veo y entiendo todo, un cartel colgando desde el portal del taller anuncia: “EL TEATRO DE LA GOMA”. Y claro, si era en una gomería donde ocurría todo (sigo pegado, de haber sido en otro país, no sé cómo podría haberse llamado). Empiezo a mirar el espectáculo.Un señor representó a un jugador de fútbol y relató sus historias como tal; dos personas tocaron tango acompañadas por sus guitarras; alguien contó otra historia; otro tocó unas canciones folclóricas; y todo se terminó conmigo buscando otra cerveza. Quedé asombrado y con ganas de seguir viendo más y más.Aquella noche fue mágica. Nunca pensé en ver lo que vi. Creo que el Teatro de la Goma de ahí en más quedó adentro mío como una de las cosas más sensibles y auténticas que jamás haya visto. Nunca me olvidaré de esa primera vez.Como ya les dije, ya desde el año 2002 viví algunos años en Buenos Aires y es grato para mí contarles a esta altura de lo que les cuento, que, como en una historia de novela, tuve la suerte de ser parte muchas veces del TDLG. Tocando junto a mis amigos con nuestra banda “Fábrica de Niños”, acompañando con la guitarra a algún cantante, cantando y tocando el bombo en “Pasión Quemera”, cantando y tocando solo canciones varias y, por supuesto, con la fortuna de haber sido invitado más de una vez a ser corista del gran Beto Nieri cuando su vozarrón nos llevaba a todos los presentes al sureño “Puerto Montt”. Sí, el TDLG se convirtió en una especie de cobija mágica que como una patada en el culo me regaló las ganas de cantar y tocar, cantar y tocar, cantar y tocar. Creo que esto es el resumen de todo lo que podría contarles, que ya se imaginan es mucho.Para mí el Teatro de la Goma es y será un lugar que me enamoró, me cuidó, me enseñó y me permitió descubrir algo que amo hacer: cantar y tocar. Para mí el Teatro de la Goma es y será MI cobija mágica. Siempre.Caminamos y soñamos juntos.Gracias.
Roberto Gallardo Terán, Dic. 2008
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